martes, 22 de mayo de 2012

En el obscuro jardín del manicomio




En el obscuro jardín del manicomio los locos maldicen a los hombres, las ratas afloran a la cloaca superior buscando el beso de los dementes. Un loco tocado de la maldición del cielo, canta humillado en una esquina, sus canciones hablan de ángeles y cosas que cuestan la vida al ojo humano. La vida se pudre a sus pies como una rosa y ya cerca de la tumba, pasa junto a él una Princesa. Los ángeles cabalgan a lomos de una tortuga y el destino de los hombres es arrojar piedras a la rosa. Mañana morirá otro loco: de la sangre de sus ojos nadie sino la tumba sabrá mañana nada. El loquero sabe el sabor de mi orina y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas, ello prueba que el destino de las ratas es semejante al destino de los hombres.
A quien me leyere:
Los libros caían sobre mi máscara (y donde había un rictus de viejo moribundo), y las palabras me azotaban y un remolino de gente gritaba contra los libros, así que los eché todos a la hoguera para que el fuego deshiciera las palabras...
Y salió un humo azul diciendo adiós a los libros y a mi mano que escribe: "Rumpete libros, ne rumpant anima vestra": que ardan, pues, los libros en los jardines y en los albañales y que se quemen mis versos sin salir de mis labios:
el único emperador es el emperador del helado, con su sonrisa tosca, que imita a la naturaleza y su olor a queso podrido y vinagre. Sus labios no hablan y ante esa mudez de asombro, caigo estático de rodillas, ante el cadáver de la poesía.

Leopoldo María Panero

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